Estaba sola en una mesa del café,leyendo un libro junto a las cristaleras de la calle, tan ajena al ruido y a todo como si se hubiera retirado a una torre frente al mar. Parecía extranjera y rubia y vestía de negro, y se le notaba de paso en la ciudad. Bebía cerveza y fumaba un cigarrillo sin apartar ni un instante los ojos del libro, y pasaba las páginas con la misma lentitud con que inhalaba el humo,sonriendo un poco, desordenándose el pelo con la mano donde apoyaba su cabeza, instalada en la lectura y en la soledad como un reino invisible. Dobló delicadamente el pico de una página y miró sin atención a la calle. La debió sorprender que ya hubiera anochecido. Luego bebió un trago de cerveza y sonrió íntimamente para sí mientras volvía a abrir el libro.Me pregunté cómo verían sus ojos azules mi ciudad,para ella extranjera, más irreal que la novela que leía. En aquel café, aquella tarde, su imaginación era una isla inaccesible en la que celebraban sin testigos los misterios simétricos de la literatura y el viaje.
Autor:
Antonio Muñoz Molina
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