Viene siendo habitual que mis crónicas traten sobre diferentes países, culturas, viajes o situaciones que para el lector puedan resultar curiosas por su lejanía y punto exótico. Llevo prácticamente la totalidad de mi vida adulta fuera de Bilbao. Inquietud, espíritu aventurero, búsqueda de oportunidades, huida hacia delante o la actitud de vida han sido claves fundamentales en esta decisión; son tantos los motivos que no sabría enumerarlos. Nos creemos dueños de nuestro destino cuando es el destino el que nos maneja a su antojo.
Actualmente, diferentes situaciones personales y profesionales me están poniendo a prueba día tras día. Cuando alcanzas tus límites, reaccionas y posteriormente reflexionas; te das cuenta de que aunque lo queramos negar y nuestro ego nos haga creer que somos lo que queremos ser; venimos moldeados por nuestras experiencias pasadas y paradigmas que inconscientemente, han ido calando en nuestro interior desde nuestra infancia. Tal como he venido mencionando anteriormente; vine a este mundo a principios de los 80 y me crié en el barrio obrero de Zorrotza. Fueron tiempos turbulentos tanto en lo político como en lo económico; si bien los protagonistas del momento fueron nuestros padres y en algunos casos abuelos, aquellos que absorbimos el impacto emocional fuimos nosotros, seres en formación física, mental y espiritual.
Incertidumbre económica; ese es uno de mis principales recuerdos. El Bilbao gris y vivo, estaba dando sus últimos coletazos para dar paso a una ciudad colorida pero muerta; paradojas de la reconversión industrial y su impacto social. Nunca olvidare el año 1988-89. Aquel curso la mitad de los padres de mi clase y de otras muchas estaban literalmente sin trabajo, la mayoría de ellos en un limbo laboral que suponía trabajar en una empresa con expedientes regulatorios o EREs. Aferrándose a una posible solución para los astilleros, altos hornos, grandes empresas manufactureras e industrias auxiliares, las calles de muchas localidades del Gran Bilbao ardían con barricadas, cortes de calle y protestas. Las numerosas huelgas y precariedad, obligaban a nuestras madres a buscar trabajos generalmente por horas donde fuese; la vida era espartana y los mercadillos se abarrotaban de gente buscando alguna ganga para vestir y salir del paso.
La situación política fue otro de los rasgos que me marcaron profundamente. A diferencia de la actualidad, los 80 fueron años de plomo. Como en todo conflicto, Bilbao también estaba dividido por zonas, algunas reacias a todo lo vasco y yo formaba parte de un grupo social bastante marginal por aquel entonces. Hablamos de los hijos de aquellos padres y madres; la mayoría como el entorno donde vivían, provenientes de otros puntos del Estado Español; que querían que sus hijos se educasen en un entorno euskaldun. Tuve la suerte de ser uno de aquellos estudiantes de las viejas Ikastolas; cooperativas donde si bien faltaba todo lo material (estudiábamos en unas lonjas y el patio era la calle) sobraban la ilusión, espíritu, y sacrificio de padres y profesores. Rara vez había más de 15 alumnos por curso siendo el ambiente hacia nosotros bastante hostil por gran parte de nuestros vecinos. No eran infrecuentes los sabotajes materiales contra nuestras aulas e incluso recibimos alguna visita de policías de paisano con el “síndrome del norte” en la txozna que montábamos en las fiestas del barrio.
Por desgracia y presente en todos los niveles, los estragos de la heroína entre vecinos, familiares y conocidos, hizo que a diferencia de generaciones anteriores y posteriores, tuviésemos una profunda conciencia de primera manos sobre los efectos que puede acarrear el consumo de este tipo de drogas. Otra lacra que ha ido destruyendo lentamente a personas y familias es el socialmente aceptado alcoholismo que en forma de costumbre muchas veces ensalzada; empuja a hacer del consumo habitual de alcohol una forma de vida y entretenimiento. Figuras paternas cuyo tiempo libre se empleaba de bar en bar; hijos que nunca pudieron tener una conversación profunda ni siquiera compartir sus sentimientos con esa persona tan lejana y mujeres arrepentidas de haber entregado su vida a hombres cuyo concepto de hogar se limitaba a lugar donde te ponen un plato caliente en la mesa tras llegar de la calle.
Entre otros recuerdos más amables o entrañables, estas fueron las circunstancias en las que crecimos muchos. Cada uno de nosotros hemos tomado diferentes sendas en la vida, algunas paralelas, otras completamente opuestas; si bien todos coincidimos en que somos fruto de lo que vivimos y que en nuestras manos queda el futuro de las nuevas generaciones.
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