Este fin de semana pasado, aprovechando el puente de un ser humano amigo, he decido aceptar la invitación de pasarlo en la capital de España. Es decir, en Madrid. Y el viernes a primera hora cogíamos carretera en su apartamento ambulante : " Una Vito preparada para dormir y cocinar " con la intención de conocer rincones de esta ciudad. Una urbe que fue testigo de toda mi infancia hasta los quince años que comencé a volar. Y quise volver al lugar que tantos recuerdos dejo en mi memoria y que a medida que pasan los años se hacen cada vez mas cristalinos. Pero cambiar de aires, de personas, de edificios, de costumbres, de entonación y significado de algunas palabras... Y de como piensan y sienten seres humanos que viven en un mismo punto geográfico del planeta separados tan solo por unos cientos de kilómetros, tiene mucho mas importancia de lo que creen algunos. En mi caso por ejemplo: Soy un tipo que gusta de hablar con todo el mundo. Preguntar, al agente de proximidad, al camarero, al conductor del autobús, al grupo que esta tocando en la esquina, al indigente. a la estatua petrificada y un largo etcétera de seres que no están habitualmente en mi entorno. En Bilbao son los mismos, pero son otros, los míos y a esos ya los conozco. Con ello pretendo acercarme a la realidad mas tangible del lugar que me acoge. Por encima de proclamas turísticas o intereses diversos. Y también para intentar sentir lo mas cercano posible el pulso de la ciudad a través de sus actores. Los de verdad. Esos de carne y hueso.
Madrid es una ciudad abismal. Y como todas ellas, no son ni serían nunca lugares donde establecer mi residencia habitual. Me gusta ver seres humanos, pero no masificaciones. Detesto los tumultos. Y esta ciudad te devora en lugares determinados. Todas las grandes urbes me parecen lugares impersonales. Sitios donde la gente camina sin mirarse y rincones sin ningún síntoma de empatía. Al menos a primera vista. El punto central sin duda es la Puerta del Sol. Donde cientos de seres humanos de toda edad, clase y condición y de los lugares mas diversos del planeta se concentran. Miles de hormigas que pululan de un lado a otro llenando y colapsando la plaza y las calles adyacentes. A eso se añade un ejercito de africanos vendiendo urgentemente ante el acoso continuo de la guardia municipal motorizada. Tampoco faltan ellas, las discretas lumis que esperan su recompensa extranjera o su grupo de pijos adolescentes en forma de vacile. Es lo que tiene la calle, también es de los gilipollas. Y a toda esa jauría de cosas y situaciones se le añaden también los tres millones de los diferentes perfumes y colonias baratas, junto a los siete millones de olores de restaurantes nativos y los llegados mas los 27 grados de un calor seco y dime como te quedas. Pero es lo que hay y forma parte de la historia de cada día, Mucho mas, llegando el buen tiempo.

En una ciudad tan globalizada no podía faltar un rincón donde encontrar una muestra. Por eso lo primero que me encontré cuando salía de la estación de Lavapiés fue a un ecuatoriano vestido con traje marrón claro llamado Vasco. Estaba allí repartiendo publicidad de una empresa de paquetería ecuatoriana. Me contó que su trabajo era ver por los rasgos quien puede ser de ese país para ofrecerle ese servicio. Un trabajo difícil decía. A pocos metros la plaza principal del barrio con su ambiente y todo e invitaba se sentarse y degustar una cervecita. Lo hice en el primero que encontré mesa libre. Era un bar indio paquistaní. Es curioso pero los nativos de allí siempre tienen un gesto como de estar enfadados o que no les gusta la sopa verdad ?. Cogí aire para subir por una de las calles principales donde una legión de bares de todos los países ofrecen sus manjares y músicas. Y alguna que otra tienda donde comprar alguna curiosidad. Además del bullicio de algunas zonas, la ciudad es un concierto continuo de sirenas de policía y ambulancias. Y sobre todo la vergonzante ínfima paciencia de los mal educados conductores residentes que no paran de tocar el claxon ante la mínima espera o situación inesperada. Pero eso sin embargo se olvida un poco cuando te acercas a los jardines del Palacio Real y caminas hasta el majestuoso edificio. Allí la policía del municipio se deja ver de un lado a otro sin recato. También la guardia civil cubre la custodia del lugar observando atentamente todo lo que pasa. El ir y venir de seres humanos es continuo al ser considerado punto de interés. Algunos extranjeros se dejan seducir por la gitana vestida de flamenca junto al torero negro con capote rojo para sacarse una foto con el "símbolo España". El militar sin cabeza también pasea su oferta de foto mientras el teatro de marionetas deleita a los niños y relaja a los padres. Todos buscándose la vida como pueden y como les dejan.


De regreso fueron constantes las gotas de lluvia hasta la misma puerta del garaje. Como lo fueron los cientos de coches que regresaban hacia Madrid. Parecía una cola que no acababa nunca hasta después de pasar la Sierra. Y mas adelante algo mas distanciados a lo largo del camino. Afortunadamente no vimos ningún accidente, pero si algún que otro gilipollas que no sabe que su coche viene también con intermitentes. Madrid esta muy bien para desconectar en apenas cuatro horas de viaje. Madrid es entretenido sobre todo. Perderte por la ciudad es la mejor opción de conocer rincones y personajes. Cada paso tiene algo curioso que mirar. Y cada momento tiene lo que le pidas y donde elegirlo. Hay vida en cada barrio y terrazas donde pasar horas y horas viendo pasar seres humanos desiguales. Madrid te deja invisible allá donde vayas y por donde camines pero también te enseña que es verdad eso que dicen de que " la crisis se nota o se percibe de manera distinta en cada lugar". Por eso Madrid es un termómetro que mide lo jodida que esta la gente en su conjunto. Te lo dicen ellos también. Aquellos que un día formaban la denominada - clase media - . Y percibes un tremendo asentimiento de la situación. Algo así como aceptando todo lo que esta pasando, desmotivados y sin visos de que esto cambie algún día.

PD: " La anécdota o sorpresa fue cuando circulaba cerca de la Puerta de Alcalá al preguntar a un conductor por la salida hacia Bilbao y resulto ser el gran actor alavés Unax Ugalde. Le reconocí, pero le llamé Alex. Me rectifico rápido me indico la dirección que debía tomar y nos despedimos cordialmente. Desde aquí te envío un saludito
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