Déjame tu estela y dime hacia donde vas y tal vez haga con tu viaje lo que Noviembre con los Almendros y decidas seguir la intrigante brisa de los secretos. Son palabras mortales a la orilla de tu abismo o el mío. Mortales porque te hacen olvidar por un instante la pena que te ahoga y te aprieta. La inquietante y caprichosa manera en los días en que sale el sol justo cuando se esconde mi agobio y mi ira o quizás los dos juntos. Somos despertares en la luz inquieta y desdoblada de las hojas en Otoño. Volamos como ellas en cualquier enojo o sacudida del viento hacia donde siempre. A ninguna parte.Descansamos en la sombra de un roble, un narciso, un llorón o caemos en los brazos como siempre, de la carnívora mancha humana. Por eso juego con la suerte sin que ella se de cuenta. Por eso cada día que te escribo soy inmortal porque pasé la noche muerto sin decirte nada. Sin saber si llegaba el oro ansiado de mis pulmones. Así percibo y demando la huida indolora a los tiempos. Sin hacer concesiones al dolor del cuerpo, ni darle cancha a las heridas. Me recuesto y sin darme cuenta he pasado las horas que fueran. Inerte y ajeno a todo hasta que noto en mi epidermis los templados rayos del Sol que me abrazan y me despiertan con besos apretados y urgentes. Por eso te cuento que cada día soy un inmortal extraño. Un variopinto ser humano como tu. Un ser vivo de momento ante tanta dentellada sangrante, gratuita y cotidiana. Ojalá esto sea un bálsamo para tu pena, tu inquietud, tu dolor o tu sueño. No obstante, antes de irte escúchate. Tal vez consigas una tregua a tu desesperación o una melodía a tus buenas vibraciones.
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