Cuando nacía la segunda protagonista de esta historia, mi madre, era el Madrid de 1927 y en España se vivía la dictadura de Primo de Rivera. Sus padres, asturianos, tuvieron tres descendientes, dos hembras y un varón, en tiempos muy duros y muy pobres. De sus hermanos, poco puedo contar, apenas recuerdo nada. Se llamaba Josefina, pero se la conocía como Azucena en su adolescencia. Con los años me entere, que ese nombre presuntamente le vino por ser una mujer de tez morena o porque era una mujerona guapa y esbelta. Quien sabe, quizás fuera por el conjunto de esos tres atributos que he señalado. La flor desde luego, es preciosa. Pero si, era de esas mujeres que llamaban elegantemente la atención por donde pasaba. Su vida familiar se desencaja mas o menos con 20 años, cuando ya había llegado la segunda dictadura, la franquista. El momento en el que se decidió evacuar a los niños/as para evitar el ambiente bélico y civil que se vivía en el Madrid de 1947 en este caso concreto. La metieron en un tren y fue a parar a Cataluña, mas concretamente a San Pedro de Riudevitlles, en el alto Penedés. Fue acogida por no se cuanto tiempo por una familia casi numerosa y bien asentada económicamente gracias a sus tierras de cultivo y al cabeza de familia conocido con el cariñoso apelativo de Tontu Pine, el tonto del peine, ya que era peluquero.
Se que fue feliz, que allí no paso hambre y que fue tratada como una hija mas. Hasta que Azucena hecho a volar por su cuenta después de estar un tiempo allí. Y lo se, porque al paso de la guerra y de los años ella se propuso volver a verlos e hizo lo imposible hasta que los encontró. En el mismo pueblo y en la misma casa. Yo le acompañe y fue algo que cortaba la respiración por la emoción del momento en que se abrazaron. Estuvimos unos días, suficientes para darme cuenta de que eran seres extraordinarios. Me dijeron que aquella niña que acogieron se hacia querer porque era imprevisible, alegre, enérgica y muy vital. Siempre estaba contenta, feliz
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